Un niño llamado Bugg

Las comparaciones son odiosas. Nació en la Inglaterra de This is England, en las calles llenas de droga y juventudes perdidas. Esa Inglaterra profunda de los barrios obreros, de Nottingham, en este caso. Nació en un ambiente de niebla y humo de fábricas y tabaco. Asfalto lleno de fracasos. Había pocas salidas, o vivir dentro de un círculo de miseria o coger una guitarra y transformar ese mundo de tristeza en algo más bonito. Eso le pasó a Jonnhy Cash cuando estuvo en Folsom y acabó murmurando, más que cantando, aquella frase “I hear the train ain’t comming…”. A Dylan en su Minessota natal, aunque de padres judíos él no sufriera las penurias de los hijos de obreros en barrios obreros, acabaría componiendo un puzzle musical, una historia de fracaso llamada Tangled up in blue.

Las comparaciones son odiosas pero las semejanzas evidentes cuando encima de un escenario un resquicio de hombre, vestido de negro y hecho un manojo de nervios, se enarbola al mástil de una guitarra para decir todo lo que oculta su mirada. Zimmerman se ocultaba detrás de una armónica y Cash lo hacía bajo un “Hello, I’m Johnny Cash”. ¿Él? Su flequillo de otra época, su discurso machacón de “a mí no me importa lo que piense la gente…”.

Jake Bugg dice en una entrevista que su canción más personal es Messed up kids, un rock&roll costumbrista de su infancia en el Nottingham más apagado por la pobreza. Gris, como su apariencia. Su Folsom Prison Blues tiene nombre porque quién no se acuerda del hombre de negro cuando escucha Lightning Bolt.

Rasga con rapidez su guitarra ante miles de personas en un Madrid triste y agotado por la crisis que excepto en lo caluroso le retrotrae a sus años de niño. Con sus 20 otoños tampoco hace mucho de aquello. El éxito llegó en 2012 cuando alcanzó el número uno de las listas de Reino Unido con un disco titulado con su propio nombre artístico. Escondía la rabia de un chaval de 19 que siempre quiso ser Don McLean y cantar American Pie muy fuerte para muchas personas. Hace cinco años le mandó un mensaje a través de un fansite que ahora alguien ha encontrado. Se conocieron hace unos meses y el maestro del country, principal influencia de Bugg según cuenta él mismo, le dijo algo que el chaval no olvidará: “no cometas el error de casarte”.

De momento su único amor está encordado a un clavijero de marca Gibson. Acaricia las cuerdas o las sacude en función de su post-adolescente estado de ánimo. Empieza con el himno country Lightning Bolt pero nos recuerda que sabe emocionar con Broken, también de su primer disco. “Sólo tiene veinte años”, grita uno entre el público mientras el de Nottingham agarra una guitarra eléctrica y se deshace en un solo de distorsión setentera. Luego se vuelve loco sin inmutarse con otro de sus gritos de adolescencia tardía. “What doesn’t kill you”. Y en el público la gente se pierde en un baile de cabezas y piernas entremezcladas. “Thank you”, cualquiera diría que es británico, su acento es lo que el andaluz al castellano.

Vuelve a ponerse romántico con Me and You mientras las luces del escenario se apagan y el final del concierto se pierde en una línea incierta. Nadie le vio aparecer, cuando empezó a cantar todavía no estaba allí y la última canción termina antes de que él se vaya y deje a sus espectadores con palabras de asombro en la boca.

Nadie se atreve a decirlo -porque sólo pensarlo suena demasiado fuerte- pero esa voz que chirría en los agudos y se vuelve vieja en los graves a todos les recuerda a quien hace varias décadas se colgara una guitarra para decir que iba a transformar el country para siempre.

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